Por: Paulina Elgueda Espinoza / Trabajadora Social OPD Infancia Los Andes.
En el marco de una nueva conmemoración del día Internacional de la Mujer, les invito a reflexionar que para una niña que vive en una familia tradicional en Chile o en cualquier país de América Latina, donde el hombre es el proveedor económico y la mujer es la principal cuidadora, los roles que observa esa niña, muchas veces representan lo que posiblemente se esperará de ella cuando sea mayor. Se debe considerar que esta es una realidad que en muchas familias se suele repetir, dado que los patrones visualizados y normalizados en el hogar y el modelo de los roles de género o las responsabilidades socialmente asignadas a las personas por ser hombres o mujeres se empiezan a internalizar desde la más tierna infancia y se siguen desarrollando con el paso del tiempo.
Aunque las labores domésticas no conllevan un salario asociado, son fundamentales para mover la economía en cualquier parte del mundo. Puesto que gracias a principalmente el accionar de las mujeres, los hogares funcionan, las infancias se desarrollan, y otras personas pueden tener un trabajo remunerado, como sucede principalmente con los progenitores. Es por esto que el trabajo no remunerado es primordial, no sólo para el funcionamiento un hogar, también a nivel macro para la propia economía y desarrollo de un país.
Sin embargo, la diferencia entre el valor económico que aportan las mujeres por el trabajo no remunerado que realizan en comparación con los hombres empieza en la infancia y se expande en la adolescencia y la adultez. Según lo pesquisado en las mismas entrevistas de pre ingreso y/o despeje proteccional en programas como en la Oficina de Protección de Derechos de niños, niñas y adolescentes, la mayor proporción de las labores domésticas y de cuidados a la semana son ejercidas mayormente por niñas que por niños de su misma edad. En la niñez el porcentaje adicional que dedican las niñas al trabajo no asalariado en casa es evidente y aumenta al llegar a la adolescencia. Es decir, las adolescentes aportan un porcentaje mayor del valor económico del trabajo no remunerado frente al que aportan los hombres que están en su misma etapa de desarrollo.
Por su parte, las madres y mujeres adultas asumen aún más responsabilidad y una mayor carga. Aproximadamente de los 30 a los 60 años, las mujeres aportan un porcentaje mayor del valor económico en labores domésticas y de cuidados. A partir de los 60 años la diferencia entre lo que aportan hombres y mujeres empieza a disminuir. Esto es de esperarse por ser un grupo poblacional que requiere de mayor atención, y es probable que sean las mujeres adultas quienes proveen estos cuidados. Por lo cual, la labor de cuidar a otro y contenerlo, ya sea en ámbitos emocionales, físicos y de salud en general, casi en su totalidad son sostenidas gracias al aporte de las mujeres en estos ámbitos.
El hecho de que una niña dedique más tiempo a estas labores domésticas, implica que le queda menos tiempo para recrearse, aprender, jugar, compartir con otros pares y crecer. En esta etapa de su vida, la carga desproporcionada de trabajo no asalariado limita sus oportunidades de desarrollo, moldeando y transformando su vida a una infancia limitada a desarrollarse de forma integral. Cuando sea mayor, esta carga se convierte en una de las principales dificultades para su incorporación a la economía remunerada y limita el tiempo disponible para estudiar o generar un ingreso independiente.
La gran oportunidad dentro de esta realidad, es que las transformaciones inician con pequeños pasos. Al poder generar consciencia, educar y estar abiertos a cambiar esas lógicas de desigualdad, para construir un futuro más inclusivo, es necesario empezar en casa, fomentando la corresponsabilidad en labores domésticas y de cuidados desde la niñez, para que niñas y niños tengan las mismas oportunidades.