Por: José Albuccó / académico Universidad Católica Silva Henríquez y creador del blog Patrimonio y Arte.
Las ciudades han sido testigos del estallido social chileno en todas sus formas desde el pasado 18 de octubre, el inicio de la Primavera de Chile. Tanto de las movilizaciones participativas y masivas, como también de la expresión de la violencia, que ha dejado una estela de destrucción material y humana que aún no hemos logrado dimensionar.
Las distintas ciudades de Chile, especialmente Santiago, Valparaíso y Concepción, por nombrar las urbes más grandes, han acogido múltiples expresiones e intervenciones culturales. Ello ha demostrado – nuevamente – que el arte es un medio creativo de expresión social, pero que también de comprensión de la sociedad de una manera sensible, transformadora, innovadora y crítica, porque desarrolla una visión de mundo.
“El arte es un motor social de un cambio profundo”, han señalado por estos días LasTesis, colectivo creador de la performance “Un violador en tu camino” y que en medio de la crisis social y política, no sólo han interpelado el patriarcado y todas sus expresiones, sino que con sus sonidos y voces han cruzado fronteras hacia un nuevo paradigma de ordenamiento social. Un ejemplo de cómo las tensiones sociales pueden dejar testimonio a través del arte.
Paradójicamente, el arte, en su amplia expresión, junto con ser testigo de nuestra crisis ha sido víctima de ella. El daño al patrimonio cultural, producto de la violencia, ha sido un elemento diferencial respecto de movilizaciones en épocas anteriores. Estamos ante acciones sistemáticas y múltiples, claramente intencionadas, no producto de errores o simples daños colaterales. Estas actuaciones han sido una verdadera forma de “limpieza cultural”, con la pretensión de acabar con bienes que son herencia del pasado y signo de identidad de los pueblos. Todo ello, bajo la errónea idea, de llevar al desarraigo y desvinculación de la tradición para generar una nueva memoria y refundar una herencia cultural.
Es así como, lamentablemente, la consigna “Vamos a quemarlo todo” ha sido, en muchos casos, una práctica fatal que ha afectado importantes bienes patrimoniales y públicos. Todo ello cuando, de manera paralela, estamos buscando un cambio profundo hacia una reestructuración del modelo político, económico y simbólico cultural.
¿De qué manera nos hacemos cargo de esta dicotomía? ¿El querer construir, pero a la vez estar destruyendo patrimonio que es parte de nuestra herencia cultural? ¿Estamos, entonces, preparados para realizar este camino, largo y pedregoso, por un Chile nuevo donde estén incluidos todos y todas?
Sin duda que en las soluciones cortoplacistas no están esas respuestas. Más bien se requiere un diálogo real con todos los actores y lograr acuerdos centrados en el bien común en el amplio sentido, de tal manera de recuperar no sólo el sentido histórico de lo patrimonial, sino de avanzar hacia un Chile realmente democrático.