Por: Sandra Urra Águila, Académica de Educación y Ciencias Sociales Universidad Andrés Bello.
Es imposible comenzar estas líneas sin mencionar la mezcla de emociones que implica nuevamente ser testigo de un hecho de violencia, vulneración de derechos y tortura ejercidos sobre una persona autista, como el conocido recientemente. No solo porque sea una persona autista sino porque explicita situaciones sistemáticas, con testigos y responsables que intencionadamente se organizan para causar daño a otra persona, específicamente desde un rol de poder.
Lo hacen aprovechando una situación de vulnerabilidad y el espacio de inmunidad que les da las características comunicacionales de quien es agredido, de su miedo a perder el trabajo, de ser nuevamente vulnerado y no aceptado. Valiéndose también de la falta de protocolos claros de denuncia y de un contexto de testigos que prefieren no tomar parte, no involucrarse y dar un paso al lado en un sistema que oculta sus errores, teme visibilizar sus falencias y prefiere reaccionar solo de forma reactiva y si es que los hechos son viralizados o registrados.
¿Es este un hecho aislado? ¿qué pasa cuando no hay cámaras ni registros? ¿cuánto más se debe esperar para dar señales claras respecto al profundo odio, rechazo y violencia que visten los espacios laborales, educativos y sociales en general desde la ignorancia, falta de información, preparación, ausencia de sanciones e impunidad antes las consecuencias?
Inclusión no es cumplir metas de acceso, datos de contratación y fotos para medios de comunicación. Ser inclusivo como empleador no es ser bueno o digno de likes en RRSS. La inclusión implica un proyecto social activo, responsabilidad de todos y todas, en contextos que aseguren detectar las barreras para el aprendizaje y la participación, abordar las necesidades de apoyo no solo de quien presenta una condición y desea ejercer un derecho humano en condiciones de dignidad, sino abordar también el diagnóstico y condiciones de los espacios y comunidades para la inclusión.
Incluir no es colocar, no es ser una estadística para los informes de la empresa y cumplimiento de cuotas laborales, inclusión es estar, ser, pertenecer y participar. Todo, en condiciones de dignidad, respeto y valoración desde un enfoque de derechos. No es un regalo, por bondad o por moda. La cultura inclusiva implica respetar a cada uno y cada una y tomar acciones de protección como un acto de justicia social.
Quizás la próxima semana muchos hayan olvidado esta noticia, pero no lo hará el trabajador violentado, su familia, sus amigos y amigas, las madres y padres que ven crecer hoy a sus hijos autistas y sueñan con la inclusión prometida, pero ven en esto un paso atrás que les llena de miedos y aprehensiones. Tampoco la olvidarán las personas autistas para quienes no es un hecho aislado y temen día a día ser discriminados en los espacios sociales.
Lo que hemos visto nos debe conmover, pero sobre todo mover, cuestionar y hacer reflexionar respecto de las motivaciones que hacen considerar un hecho tan violento en algo digno de risa entre amigos. Por qué se sigue normalizando la violencia como algo para reír, en qué momento perdimos la humanidad y el odio empapó nuestras tierras. No dejemos que esto se pierda en la tinta de las noticias. Basta de preocuparnos por la «sociedad en que vivimos», es momento de ocuparnos.