El desafío de la calidad al valor del capital humano

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Por: Nicolás Garrido, director del Instituto de Políticas Económicas UNAB. 

Durante las últimas décadas, Chile logró uno de los avances más notables de América Latina en cobertura educativa. Hoy, más del 90% de los jóvenes termina la educación media y la matrícula universitaria alcanza niveles propios de economías desarrolladas. Sin embargo, como ya advertía hace más de una década el estudio “Growth Opportunities for Chile”, editado por Vittorio Corbo, el verdadero problema no es la cantidad, sino la calidad. Chile tiene un capital humano en cantidad suficiente para su nivel de ingreso, pero con una calidad que sigue rezagada respecto de los países con los que aspira a compararse. En las pruebas internacionales, los resultados educativos están por debajo de lo esperable, y esa brecha se traduce directamente en menor productividad y crecimiento económico. Existe una extensa evidencia señalando que la calidad educativa explica las diferencias de productividad entre países.

Pero la historia no termina en la calidad, porque nada vamos a conseguir en términos de desarrollo si la buena educación que logramos generar no se traduce en proyectos, empresas y oportunidades capaces de retener y aprovechar ese talento. Haciendo un paralelo futbolero: de poco sirve formar grandes jugadores en las canteras si todos terminan jugando en el extranjero porque allí se reconoce su calidad y se les pagan salarios acordes.

El desafío económico de Chile es precisamente ese: crear un entorno que reconozca, premie y absorba la calidad. Que las personas con buena educación encuentren en el país razones para quedarse, innovar y construir valor. Eso requiere ecosistemas de emprendimiento más dinámicos, sectores productivos más sofisticados y una institucionalidad que promueva la competencia por talento. De lo contrario, corremos el riesgo de que la inversión en educación se convierta en un subsidio a la fuga de capital humano.

El reciente informe de la Fiscalía Nacional Económica (FNE) sobre el sistema de educación superior es revelador en este sentido. El estudio muestra un mercado altamente concentrado, con escasa movilidad entre instituciones y con incentivos que priorizan el volumen de matrícula por sobre la calidad y la empleabilidad de los egresados. En otras palabras, todavía no hay suficientes señales en el mercado que vinculen la educación con la productividad y el valor económico.

Chile necesita cerrar ese ciclo: pasar del acceso a la calidad, y de la calidad a la creación de valor. La educación no puede seguir siendo una historia que termina en el aula, sino una cadena que conecta conocimiento, innovación y bienestar. Y eso implica mirar la política educativa como política económica: promover instituciones que midan y premien resultados, fomentar la competencia en calidad y alinear la formación con los sectores donde el país puede generar productividad de frontera.

Como decía Daron Acemoglu, el desarrollo no depende solo de tener buenas instituciones, sino de tener instituciones que usen el conocimiento para ampliar las oportunidades. Chile ya recorrió el camino del acceso. Ahora el desafío es que la calidad se traduzca en valor: en empresas más competitivas, en empleos mejor pagados y en una economía donde el talento no emigre, sino que encuentre aquí su mejor cancha.

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